Bicentenario en Paraguay: La historia desde las víctimas
El Bicentenario paraguayo necesariamente nos mueve a poner la mirada en la historia de ese país.
Al examinar mis conocimientos históricos adquiridos en la enseñanza media, lo que me salta a la memoria no es otra cosa que Cristóbal Colón, la Niña, la Pinta y la Santa María; Alejo García, explorador portugués; la época colonial, la fundación de Asunción el 15 de agosto de 1537; las reducciones jesuíticas de 1604 a 1767; la independencia, el 14 y 15 de mayo de 1811; Pedro Juan Caballero, José Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López, el Mariscal Francisco Solano López; La guerra de la Triple Alianza, la guerra del Chaco, la guerra civil de 1947, la dictadura de Stroessner, el golpe de 1989, Andrés Rodríguez, y un largo etcétera.
Autores de la filosofía iberoamericana, como María Sambrano y Reyes Mate, entre otros, afirman que debemos volver a la historia, porque de ella tenemos muchas cosas que aprender. Sin embargo, en la historia que conocemos, son pocos los que han sido agentes, y muchos los que han tenido un papel paciente.
La historia fue hecha por unos cuantos, pero está impulsada por una razón sacrificial. Los avances, los logros y los progresos están hechos a costa de sacrificios. Sacrificios de un grupo anónimo que no ha pasado a ser parte de la historia.
Esta noción de que la historia es una historia de sacrificios, me impulsa no sólo a volver la mirada hacia el pasado y recordar lo que se me ha enseñado en la escuela: que el 14 y 15 de mayo se logró la independencia del Paraguay, sino que también me lanza a volver con una mirada crítica a la forma como ésta se ha leído.
Y es que la historia siempre ha sido vista desde la perspectiva de los que quedaron bien parados, los vencedores. Es decir, no es por azar que no han aparecido los pueblos originarios, los pobladores de los bañados, los niños de la calle, los campesinos sintierras, los que mueren en las puertas de los hospitales por no tener recursos, entre otros; porque ellos no salieron bien parados, no salieron victoriosos; por lo tanto, no merecen ser parte de una historia que escriben los vencedores.
¿Se enseña en los colegios cuántos pueblos originarios existen y cómo están viviendo? ¿Se nos informa sobre cuáles son sus derechos? ¿Se enseña cuántos son los pobladores de los bañados, que en su mayoría son de origen campesino y cuáles fueron las circunstancias que lo impulsaron a migrar del campo a la ciudad? A mí no me lo enseñaron.
En este Bicentenario, tenemos una tarea histórica; tenemos la tarea de construir una historia en la cual haya un sentido por descubrir, un sentido por recuperar. En otras palabras, tenemos la tarea de reconstruir una historia donde los que salieron perdedores, los indígenas, los campesinos sintierras, los sintechos, los niños de la calle, sean recordados.
Sin historia no podemos tener razón crítica. Nuestra razón gana criticidad si se nutre de la historia, pero no de una que mira solamente desde la perspectiva de los vencedores; sino también desde un punto de vista que recuerde a las víctimas de nuestra sociedad.
Me preguntarán: «¿Qué tiene que ver nuestro Bicentenario con la historia de las víctimas, de los pobres y los indígenas?» Me dirán: «Lo que estamos festejando es que el 14 y 15 de mayo logramos la independencia».
A éstos les respondería que el Bicentenario es histórico, y algo es histórico porque tiene un presente que proviene del pasado. Así, el Bicentenario no es ni puede ser el fin de la historia, sino el comienzo. Un comienzo que nos permita saldar nuestras deudas históricas.
La historia del Paraguay, como la historia de la humanidad, han producido víctimas; y si hay víctimas significa que en ella ha habido injusticia. Las injusticias que hemos cometido sólo podremos saldarlas con justicia, y sin memoria histórica verdadera, no podremos alcanzarla.
¡Feliz Bicentenario!
* Adaptación de artículo publicado en diario Última Hora, de Paraguay.