Juan L. Ortiz

Es un conjunto de árboles sobre el lecho del río, unos juncos deslizándose en el agua, o el rumor de las hojas con el viento. Es el autor y el hechizo de una página con el verdadero nombre de las cosas. Cercanas, las voces del poeta recrean los matices serenos de una naturaleza dormida; en él emergen las sombras y hasta el peso de la flor, mientras que unos ángeles juegan en el bosque, tiran piedras en los charcos, miran sus resonancias y observan al manzano que florece porque sí. En Pablo Nogues, Federico, un profesor, me dispuso a esta antología de aromas y canciones humildes que exhiben desde sí el regalo de la creación. Las palabras amables, el trato, y la íntima pertenencia de las cosas quieren, en nosotros, el exceso de su ofrenda. Enamoradas y desnudas, ellas precisan sentir el cariño del poeta, el encanto de verse recibidas por un hombre y tocadas en su más ansiada melodía.